27/3/08

LISANDRO DUQUE NARANJO



19 Marzo 2008 - 8:26pm

Lo divino y lo humano TOMADO DEL ESPECTADOR

Marmato

Por: Lisandro Duque Naranjo


En noviembre de 2007, mi colega cineasta, Víctor Gaviria, me invitó a visitar Marmato, municipio caldense en el que había organizado la exhibición de dos películas mías. Víctor, cuando no está filmando, o ganando premios por anteriores o próximas películas, organiza festivales o se va por los pueblos mostrando lo que filman los otros.
El hecho es que ahí mismo le agarré la flota, no sólo por el interés de compartir con un público desconocido dos trabajos de mi autoría, sino porque tan pronto escuché la palabra Marmato, se me vino encima el nombre de mi abuelo paterno, Heliodoro Duque, al que nunca conocí por haberse muerto mucho antes de que yo naciera, pero de quien sabía, por relatos familiares, que en la última década del siglo XIX y la primera del XX, había trabajado en las minas de oro de ese mítico lugar, desempeñándose en las tareas de fundición del metal para una empresa inglesa. Al deshacer los pasos de ese abuelo, le haría, pues, honor a mi padre, quien tanto me hablaba del suyo asociándolo a esa aventura por excelencia que es la fiebre del oro.
Y allá fuimos a dar. La cumbre urbana del pueblo recuerda la cabeza pelada de esas aves rapaces que tienen un collar de plumas blancas en la garganta. Como quien dice que en esa topografía, para ver las nubes desde la ventana, hay que mirar hacia abajo. En serio. Un escritor local, Alberto Gallego Estrada, describía así el trayecto entre la iglesia y la plaza principal: “empezamos el vía crucis por empinadas escaleras de piedra en trayectos de siete cuadras”. Y no exageró al escribir que “los aviones pasan como humillándose, pidiendo permiso para no enredarse en los balcones”. Los habitantes de Marmato, ni yendo a las minas llegan con la lengua afuera, ni regresando a sus casas se ruedan. Son gente vertical, que mira desde arriba proverbialmente. Los precipicios le han dado carácter. Como el resto del mundo comienza debajo de sus pies, manejan una arrogancia paisajística que no pueden con ella, y les sobra razón.

El oro se explota allí desde 1537, cuando el mariscal Robledo, y luego el resto de conquistadores, se metieron a la región y, quitándoselo a los aborígenes que lo utilizaban para ceremoniales, comenzaron a mandarlo para España. Luego el vil metal se les entregó a los ingleses. Después de la Guerra de los Mil Días, se le escrituró de balde al general Vásquez Cobo, quien no le dejaba agarrar ni media pepita a nadie. Todo para él. A los mineros locales se les hostilizó durante siglos, no obstante aquellos suelos ser suyos ancestralmente y sus logros en el hallazgo del precioso producto ser precarios. Eso cambió, y hoy en día se les permiten concesiones y entables a 57 pequeños mineros que con tecnología modesta proveen empleo a unas 500 personas. Por su parte, la empresa Mineros Nacionales S.A., adjudicataria del 60% de la explotación, cuenta con 700 trabajadores marmateños. Sumados esos 1.500 asalariados, la subsistencia de 4.000 habitantes del municipio es asunto resuelto, aunque a medias, y en todo caso no es el tema a tratar en este artículo.

De lo que quiero ocuparme es de un hecho que percibí desde cuando llegué a Marmato hace apenas tres meses: sus habitantes temen que el pueblo les va a ser borrado del mapa. Esa amenaza se deriva de la venta que hizo Mineros Nacionales, por 35 millones de dólares, de sus derechos a la transnacional canadiense Colombia Goldfields. Los nuevos propietarios quieren explotar “a cielo abierto”, lo que significará tirar por el rodadero las casas de la cumbre y echárselas encima, junto con la montaña, al resto del municipio. Un Armero deliberado e insaciable para el que no sería necesario un volcán próximo.

Pero como no todo lo que brilla es oro, los marmateños aman su pueblo y están parados en la raya de que no van a dejarse bajar de su nube, ni de más arriba. El debate es cultural y literalmente de altura.

De momento, cito al senador Jorge Enrique Robledo, quien sobre este caso hará un debate en el Congreso:

“Se discute si la supuesta necesidad de destruir a Marmato y desplazar a sus habitantes obedece a que están en una zona de riesgo por avalancha o a que en su subsuelo existe un yacimiento de oro que una trasnacional quiere explotar. (…) Curioso que en un país donde casi todos sus habitantes están en algún tipo de riesgo —inundación, sismo, erupción volcánica o avalancha—, sin que ningún gobierno haga nada por atenderlos, ocurra que sí haya tanta preocupación por la suerte de los marmateños, los únicos que viven encima de una mina de oro. Habrá que mirar cuál es el verdadero nivel de riesgo y por qué razones, cuántas y cuáles son las edificaciones amenazadas y qué debe hacerse con ellas, porque bien extraño sería que el riesgo natural coincidiera exactamente con lo que le conviene a la trasnacional. La discusión sobre qué motiva destruir a Marmato y desplazarlo, guarda otra implicación. Porque si el desplazamiento es por riesgo de avalancha, los costos del traslado deberá pagarlos el Estado, pero si es por negocio minero, dichos costos deberá asumirlos la empresa que se enriquecerá con la erradicación. Y estamos hablando de una suma de 40 mil millones de pesos, dado que hay que construir todo un pueblo con unas 300 edificaciones (viviendas, iglesia, escuela, colegio, hospital, alcaldía, etc.)”.

Siquiera se murió mi abuelo.

lisandroduque@hotmail.com

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